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La historia de Pepa Peral, génesis de La Casa de Manolo Franco, en el día de la mujer trabajadora

Actualizado: 17 mar

Os quiero contar la historia de Pepa Peral, 89 años, nacida en 1936 en una casa muy humilde de un pueblo de la sierra de Madrid, llamado Valdemorillo, en un tiempo en el que el mes de enero, traía temperaturas bajo cero como norma. En ese momento era la menor de siete hermanos, otros dos quedaron en el camino. Nació en la guerra y vivió una posguerra que en esta zona de Madrid fue especialmente cruenta. 


Ya desde niña trabajó duro ayudando a su madre, su padre y sus hermanos y hermanas. Vivió tragedias importantes desde pequeña y desde que era muy jovencita entró a trabajar en una casa de La Navata y otra de Madrid, como asistenta del hogar. De vez en cuando, salía a pasear con sus amigas, otras chicas del pueblo, por la Gran Vía y los bulevares.

 

Su novio, un guapo joven -dicen que muy chulo y valiente-, un tal Manolo Franco, iba a verla hasta La Navata en bicicleta. Se casaron a los 27 años después de trabajar mucho. Con la ayuda de la familia y con el marido trabajando en tres sitios a la vez, pudieron comprar una casa en el centro del pueblo, en la que hoy es la calle la Fuente, llamada antes Jose Antonio. 


Tuvieron cuatro hijos. Maria José fue la primera, después llegó Yolanda, que nació mientras Pepa y Manolo tenían el local de Los Bravos. Más tarde nació Manuel, el primero, del que dicen que era tan bello que no podía vivir demasiado y a los tres meses se fue a otros mundos. Y después llegaría Manuel, cuando Josefa tenía 40 años en un parto que se hizo duro, pero aquí estamos los dos a día de hoy. 


Vivió la dictadura franquista y la llegada de la democracia. Pero su mayor orgullo ha sido ser capaz de sacar adelante un negocio que llamaron Casa Manolo, un bar en el que ella trabajó hasta la extenuación. Conseguir sacar adelante esa familia y su bar restaurante con mucho, mucho trabajo y esfuerzo. Una casa que fue la de todos durante muchos años, el bar y casa de comidas de este pueblo, en el que Pepa siempre tuvo un plato para todo el que viniera, a la hora que viniera. 


Durante bastante tiempo tuvo que convivir con la dura enfermedad de su marido al que cuidó como merecía y se merecían los dos, dueños de un amor reverencial, hasta que hace 17 años quedó viuda. Más tarde perdería a su hija mayor y… ojo, no todo fueron penas que diría ella. Vio torear a Paquirri con su amiga María la Alguacila en la plaza de carros y a Julio Aparicio en Las Ventas. Conversó con Adolfo Suárez, vio cantar a Manolo Escobar en el teatro Calderón o a Lina Morgan en La Latina… 


Ahora, es el nexo de unión de una familia que la quiere y la cuida, especialmente su hija pequeña. Es ejemplo e inspiración para mi, su hijo, para sus cuatro nietos y dos nietas que la adoran. Ella es el verdadero alma y génesis de La casa de Manolo Franco, que debería llamarse también “de Pepa Peral”. Un lugar que le ayuda a respirar y del que se preocupa cada día. 


Ella, olvidada de manera injusta por los homenajes, debería ser hija predilecta de este pueblo por el que tanto ha hecho, como ejemplo de mujer trabajadora, buena y noble. 


Ella, Doña Josefa Peral, una mujer, una dama… Felicidades en tu día Ma.



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